Recuerdo de Bolívar Echeverría
RECUERDO DE BOLÍVAR ECHEVERRÍA
Por Carlos Herrera de la Fuente
Quizás no haya signo más coherente de una vida fructífera y creativa que su capacidad de abrir en el mundo imágenes, pensamientos, espacios e incluso tiempos que, de otra manera, hubieran quedado ocultos en la cotidianeidad de una sociedad poco preocupada por ir más allá de su entorno inmediato y por hallar en las experiencias comunes (aun cuando éstas sean experiencias teóricas, digamos, en medio de la academia) rasgos que pongan en cuestionamientos creencias hasta ese momento fijas. Es decir, no hay expresión más auténtica de una vida lúcida y productiva que la de abrir en el mundo y al mundo nuevas posibilidades de vida y de pensamiento, nuevas formas de sentir y de interpretar, de creer y de razonar, sin intentar siquiera aprisionar en una sola expresión limitada la totalidad de acontecimientos que ella misma abre. Vivir, en este sentido, es motivar a vivir y motivar a crear y a pensar, sin censurar las experiencias que este gesto provoca, más allá, en ocasiones, de sus intenciones “originales”. A mí me parece que si esta definición apenas se ajusta para un conjunto no muy amplio de individuos que nos han enriquecido con sus vivencias y sus obras, parece quedar incluso pequeña en lo que respecta a la travesía vital de Bolívar Echeverría.
Maestro formador de un gran número de generaciones en México, su gesto central como pensador, me parece, residió siempre en su capacidad por irrumpir creativamente con ideas allí donde las opiniones de la mayoría habían comenzado a generar la apariencia de teorías consolidadas o, peor aún, de verdades definitivamente establecidas. Su vocación revolucionaria al intervenir, por ejemplo, en el ámbito de la discusión marxista de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, expresión auténtica de su compromiso político siempre renovado a lo largo de toda su vida, no se manifiesta en mi opinión tanto en su participación activa dentro de esa misma discusión (cosa que, por lo demás, compartió con una cantidad ingente de pensadores y académicos a nivel mundial durante esos años), sino en la forma específica en la que participó dentro de ese debate y en la manera en que dio vida a un pensamiento hasta ese momento apenas si entrevisto, no se diga en México, sino incluso en toda Latinoamérica, por intelectuales como Adolfo Sánchez Vázquez o José Revueltas. Lo genuinamente revolucionario, entonces, de Bolívar Echeverría se debería hallar, más que en su participación comprometida con los movimientos socialistas y democráticos de América Latina y en su contribución teórica para el desarrollo de los mismos, en su vocación innovadora y en todo momento estimulante con la que dejó claro que participar en la “revolución” y ser revolucionario, pueden llegar a ser dos cosas antitéticas.
A contracorriente de la mayoría de marxistas y marxólogos de la época, cuya participación política estaba bien definida dentro de las cuatro paredes de los discursos esclerotizados de la época y para quienes la “verdad” del pensamiento de Marx (al cual extraña vez leían) estaba ya plenamente dilucidada en los libros de Lenin, Stalin, Trotsky, Mao o en los manuales de Marta Harnecker (difundidora de Althusser en América Latina), la “pasión” de Bolívar Echeverría, por llamarla de alguna manera, consistió en volver a la lectura directa de las obras principales del pensador alemán, no tanto para apelar a una lectura ortodoxa y “auténtica” de las mismas (una especie de apego al texto como en el caso del protestantismo respecto a la lectura de la Biblia), sino para que, en conversación directa con el autor de El capital, se pudiera abrir una línea de interpretación que a la vez que alumbrara ciertos aspectos poco claros y pocos conocidos de las ideas de Marx, se creara y recreara este mismo pensamiento de una manera novedosa, colaborando así, sin someterse, con toda una tradición intelectual que si bien tenía en Marx a uno de sus representantes principales, no se limitaba a él ni se había detenido históricamente en él (me refiero, por supuesto, al conjunto de ideas socialistas que desde finales del siglo XVIII empezaron a tomar una estructura teórica y política). De ahí que no hubiera nada más lógico para el trabajo intelectual de Bolívar Echeverría que retomar en sus planteamientos a varios de los autores más iconoclastas y sugerentes dentro de la tradición marxista, como Rosa Luxemburgo, Luckács, Benjamin, Bloch, Lefebvre, Adorno, Horkheimer, Sartre e incluso a otros filósofos y pensadores fuera de dicho circuito, como el caso del espinoso Heidegger o Foucault, o pensadores preocupados por otras cuestiones teóricas como los lingüistas Saussure y Roman Jakobson, el historiador Fernand Braudel o el antropólogo estructuralista Levi Strauss.
Es por ello que, más que pretender encontrar la verdad última del pensamiento de Marx (al que, a lo largo de sus seminarios sobre El capital, primero en la Facultad de Economía y luego en la Facultad de Filosofía y Letras, examinó a profundidad), su objetivo fue siempre formar parte de una tradición libertaria que, en colaboración con el gran pensador nacido en Tréveris, afirmara su proyecto social, político y humano, en general, a través de un replanteamiento y reinvención constantes, cuyo signo característico no era tanto la continuación sino justo la capacidad de renovarse. Así como para el Marx, el fin teórico de Bolívar Echeverría –a contracorriente de la mayoría de marxismos de toda estirpe– nunca fue llegar al esclarecimiento de una especie de sociedad perfecta o de una comunidad plenamente iluminada donde todos los problemas podían ser resueltos o estarían en vías de resolverse, sino comprender las bases económicas, políticas, sociales y culturales sobre las cuales se podría dar la posibilidad de una afirmación plena de las libertades humanas, siempre individuales y dispersas, que, lejos de llevar a una armonía última y a una pasividad somnolienta, serían capaces de dar cabida a una trama específicamente humana, en todo momento compleja e irreductible, ya no sobredeterminada por elementos ajenos que lo terminaran negando, tales como el mercado y el capital. De esta manera, para Bolívar Echeverría, igual que para el Marx de los Manuscritos de 1844, el comunismo no era un fin en sí mismo, sino sólo un medio para la afirmación de la libertad humana en su sentido más amplio y diverso.
Este deseo de afirmar la libertad en su diversidad llevó a Bolívar Echeverría, casi de manera natural, a tratar de comprender los procesos variados en que los individuos de los distintos pueblos y naciones del mundo buscan sobrellevar su existencia en las condiciones precarias en las que los coloca la dinámica capitalista global, así como a intentar dilucidar la manera en la que estos mismos individuos y pueblos se niegan a aceptar, ya sea de manera activa y consciente o simplemente pasiva, las “reglas del juego” impuestas por la obsesión moderna de acumular por acumular. En este punto, su teoría de los ethos modernos, esto es, las actitudes espontáneas que los sujetos de la modernidad asumen frente a la crisis estructural capitalista (la que reproduce y magnifica la contradicción mercantil entre el valor de uso y el valor de cambio), juega un papel relevante para entender las formas en la que estos mismos sujetos viven y se rebelan frente a la existencia fantasmal y omnicomprensiva del capitalismo. Para Bolívar Echeverría no hay algo así como una vivencia o experiencia pura del capitalismo y, por lo tanto, no hay una única manera de oponerse a él o de luchar contra él o de salir de él, sino una multiplicidad de formas por experimentarse que llevarían a una praxis diferenciada en cada caso, ligada a las necesidades, intereses y sueños de cada individualidad y comunidad específicas. El ethos barroco, por ejemplo, llevó a Bolívar Echeverría a ocuparse de la especificidad del mundo hispano y latinoamericano, para comprender su situación histórica y cultural, con tal profundidad que sus intervenciones ya clásicas deben compararse, por su importancia, con otras de gran envergadura, como las que llevaron a cabo en su momento pensadores, escritores y poetas como José Lezama Lima, Severo Sarduy, Octavio Paz y, fuera del mundo hispanohablante, Gilles Deleuze.
La obra de Bolívar Echeverría está inscrita, con toda justicia, en la línea de los pensadores modernos que han asumido en toda su complejidad lo que significa ser y pensar en la modernidad y para la modernidad. Sus libros y textos son un intento profundo por encontrar dentro de los parámetros que la modernidad nos ofrece y promete de manera casi imperceptible, esto es, dentro de sus promesas libertarias ocultas y reprimidas, pero siempre latentes, un camino de esperanza para los individuos que creen que esas promesas y esperanzas son realizables y junto con ellas también otro tipo de modernidad más allá de la injusticia y ceguera capitalista. Ojalá que sus libros sigan iluminando el camino de los que así sueñan. Ojalá que su escritura libre siga provocando caminos de libertad, como lo hizo mientras él estuvo vivo. Las mujeres y los hombres de hoy añoran un mejor tiempo. Descanse en paz, Bolívar Echeverría
Por Carlos Herrera de la Fuente
Quizás no haya signo más coherente de una vida fructífera y creativa que su capacidad de abrir en el mundo imágenes, pensamientos, espacios e incluso tiempos que, de otra manera, hubieran quedado ocultos en la cotidianeidad de una sociedad poco preocupada por ir más allá de su entorno inmediato y por hallar en las experiencias comunes (aun cuando éstas sean experiencias teóricas, digamos, en medio de la academia) rasgos que pongan en cuestionamientos creencias hasta ese momento fijas. Es decir, no hay expresión más auténtica de una vida lúcida y productiva que la de abrir en el mundo y al mundo nuevas posibilidades de vida y de pensamiento, nuevas formas de sentir y de interpretar, de creer y de razonar, sin intentar siquiera aprisionar en una sola expresión limitada la totalidad de acontecimientos que ella misma abre. Vivir, en este sentido, es motivar a vivir y motivar a crear y a pensar, sin censurar las experiencias que este gesto provoca, más allá, en ocasiones, de sus intenciones “originales”. A mí me parece que si esta definición apenas se ajusta para un conjunto no muy amplio de individuos que nos han enriquecido con sus vivencias y sus obras, parece quedar incluso pequeña en lo que respecta a la travesía vital de Bolívar Echeverría.
Maestro formador de un gran número de generaciones en México, su gesto central como pensador, me parece, residió siempre en su capacidad por irrumpir creativamente con ideas allí donde las opiniones de la mayoría habían comenzado a generar la apariencia de teorías consolidadas o, peor aún, de verdades definitivamente establecidas. Su vocación revolucionaria al intervenir, por ejemplo, en el ámbito de la discusión marxista de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, expresión auténtica de su compromiso político siempre renovado a lo largo de toda su vida, no se manifiesta en mi opinión tanto en su participación activa dentro de esa misma discusión (cosa que, por lo demás, compartió con una cantidad ingente de pensadores y académicos a nivel mundial durante esos años), sino en la forma específica en la que participó dentro de ese debate y en la manera en que dio vida a un pensamiento hasta ese momento apenas si entrevisto, no se diga en México, sino incluso en toda Latinoamérica, por intelectuales como Adolfo Sánchez Vázquez o José Revueltas. Lo genuinamente revolucionario, entonces, de Bolívar Echeverría se debería hallar, más que en su participación comprometida con los movimientos socialistas y democráticos de América Latina y en su contribución teórica para el desarrollo de los mismos, en su vocación innovadora y en todo momento estimulante con la que dejó claro que participar en la “revolución” y ser revolucionario, pueden llegar a ser dos cosas antitéticas.
A contracorriente de la mayoría de marxistas y marxólogos de la época, cuya participación política estaba bien definida dentro de las cuatro paredes de los discursos esclerotizados de la época y para quienes la “verdad” del pensamiento de Marx (al cual extraña vez leían) estaba ya plenamente dilucidada en los libros de Lenin, Stalin, Trotsky, Mao o en los manuales de Marta Harnecker (difundidora de Althusser en América Latina), la “pasión” de Bolívar Echeverría, por llamarla de alguna manera, consistió en volver a la lectura directa de las obras principales del pensador alemán, no tanto para apelar a una lectura ortodoxa y “auténtica” de las mismas (una especie de apego al texto como en el caso del protestantismo respecto a la lectura de la Biblia), sino para que, en conversación directa con el autor de El capital, se pudiera abrir una línea de interpretación que a la vez que alumbrara ciertos aspectos poco claros y pocos conocidos de las ideas de Marx, se creara y recreara este mismo pensamiento de una manera novedosa, colaborando así, sin someterse, con toda una tradición intelectual que si bien tenía en Marx a uno de sus representantes principales, no se limitaba a él ni se había detenido históricamente en él (me refiero, por supuesto, al conjunto de ideas socialistas que desde finales del siglo XVIII empezaron a tomar una estructura teórica y política). De ahí que no hubiera nada más lógico para el trabajo intelectual de Bolívar Echeverría que retomar en sus planteamientos a varios de los autores más iconoclastas y sugerentes dentro de la tradición marxista, como Rosa Luxemburgo, Luckács, Benjamin, Bloch, Lefebvre, Adorno, Horkheimer, Sartre e incluso a otros filósofos y pensadores fuera de dicho circuito, como el caso del espinoso Heidegger o Foucault, o pensadores preocupados por otras cuestiones teóricas como los lingüistas Saussure y Roman Jakobson, el historiador Fernand Braudel o el antropólogo estructuralista Levi Strauss.
Es por ello que, más que pretender encontrar la verdad última del pensamiento de Marx (al que, a lo largo de sus seminarios sobre El capital, primero en la Facultad de Economía y luego en la Facultad de Filosofía y Letras, examinó a profundidad), su objetivo fue siempre formar parte de una tradición libertaria que, en colaboración con el gran pensador nacido en Tréveris, afirmara su proyecto social, político y humano, en general, a través de un replanteamiento y reinvención constantes, cuyo signo característico no era tanto la continuación sino justo la capacidad de renovarse. Así como para el Marx, el fin teórico de Bolívar Echeverría –a contracorriente de la mayoría de marxismos de toda estirpe– nunca fue llegar al esclarecimiento de una especie de sociedad perfecta o de una comunidad plenamente iluminada donde todos los problemas podían ser resueltos o estarían en vías de resolverse, sino comprender las bases económicas, políticas, sociales y culturales sobre las cuales se podría dar la posibilidad de una afirmación plena de las libertades humanas, siempre individuales y dispersas, que, lejos de llevar a una armonía última y a una pasividad somnolienta, serían capaces de dar cabida a una trama específicamente humana, en todo momento compleja e irreductible, ya no sobredeterminada por elementos ajenos que lo terminaran negando, tales como el mercado y el capital. De esta manera, para Bolívar Echeverría, igual que para el Marx de los Manuscritos de 1844, el comunismo no era un fin en sí mismo, sino sólo un medio para la afirmación de la libertad humana en su sentido más amplio y diverso.
Este deseo de afirmar la libertad en su diversidad llevó a Bolívar Echeverría, casi de manera natural, a tratar de comprender los procesos variados en que los individuos de los distintos pueblos y naciones del mundo buscan sobrellevar su existencia en las condiciones precarias en las que los coloca la dinámica capitalista global, así como a intentar dilucidar la manera en la que estos mismos individuos y pueblos se niegan a aceptar, ya sea de manera activa y consciente o simplemente pasiva, las “reglas del juego” impuestas por la obsesión moderna de acumular por acumular. En este punto, su teoría de los ethos modernos, esto es, las actitudes espontáneas que los sujetos de la modernidad asumen frente a la crisis estructural capitalista (la que reproduce y magnifica la contradicción mercantil entre el valor de uso y el valor de cambio), juega un papel relevante para entender las formas en la que estos mismos sujetos viven y se rebelan frente a la existencia fantasmal y omnicomprensiva del capitalismo. Para Bolívar Echeverría no hay algo así como una vivencia o experiencia pura del capitalismo y, por lo tanto, no hay una única manera de oponerse a él o de luchar contra él o de salir de él, sino una multiplicidad de formas por experimentarse que llevarían a una praxis diferenciada en cada caso, ligada a las necesidades, intereses y sueños de cada individualidad y comunidad específicas. El ethos barroco, por ejemplo, llevó a Bolívar Echeverría a ocuparse de la especificidad del mundo hispano y latinoamericano, para comprender su situación histórica y cultural, con tal profundidad que sus intervenciones ya clásicas deben compararse, por su importancia, con otras de gran envergadura, como las que llevaron a cabo en su momento pensadores, escritores y poetas como José Lezama Lima, Severo Sarduy, Octavio Paz y, fuera del mundo hispanohablante, Gilles Deleuze.
La obra de Bolívar Echeverría está inscrita, con toda justicia, en la línea de los pensadores modernos que han asumido en toda su complejidad lo que significa ser y pensar en la modernidad y para la modernidad. Sus libros y textos son un intento profundo por encontrar dentro de los parámetros que la modernidad nos ofrece y promete de manera casi imperceptible, esto es, dentro de sus promesas libertarias ocultas y reprimidas, pero siempre latentes, un camino de esperanza para los individuos que creen que esas promesas y esperanzas son realizables y junto con ellas también otro tipo de modernidad más allá de la injusticia y ceguera capitalista. Ojalá que sus libros sigan iluminando el camino de los que así sueñan. Ojalá que su escritura libre siga provocando caminos de libertad, como lo hizo mientras él estuvo vivo. Las mujeres y los hombres de hoy añoran un mejor tiempo. Descanse en paz, Bolívar Echeverría
La muerte de bolivar deja una vez más abiertas las venas de américa latina, es un ser de galaxias, que superó en muchos aspectos al autor del das Capital.
Descanse en paz.
att:obi-wan
El mejor homenaje es leer y releer su obra y de los intelectuales de gran envergadura mencionados en el texto! para así tomar los elementos en donde nosotros mismos cambiemos y reproduzcamos nuestros objetivos y convicciones encontrando tales elementos desde nuestra propia realidad: nosotros mismos como reflejo de transformación espacial y social, calle, ciudad, región, país, mundo, universo!
Atte. Meiners