PRIMERA COLABORACIÓN DEL MICHINGÓN ATENÓGENES SANTAMARÍA........DISFRUTENLO

Posted by Michi.gon on 12:08

EL UMBRAL COMO ASPECTO CARNAVALIZANTE EN LA MUERTE DE BENEDETTI
Por: Atenógenes Santamaría

Es característico de las obras literarias de ficción el uso de distintos sistemas comunicativos sociales a través del sistema de lengua en que la obra se produce; es decir, al ser la lengua materia prima de la obra literaria de ficción, por un lado, es empleada para construir a la obra como tal, por otro, como lengua modelizadora de dichos sistemas sociales comunicativos, que no necesariamente verbales, como pueden ser el lenguaje científico o el lenguaje ritual, provoca su devenir en escritura dentro de la obra de ficción, conservando, o no, su significado original traducido en palabra; por ejemplo, entendiendo al carnaval como una manifestación teatral de la vida social de un pueblo, tangible en un conjunto de formas rituales y festivas que soportan una visión del mundo que dota de sentido a la realidad y, por ende, constituye una propuesta ideológica articulada mediante una serie de valores capaz de proponer al sujeto su práctica o manera de vivir. La transposición del carnaval en tanto visión del mundo y su expresión estética a la palabra escrita mediante la lengua que actúa como modelizadora consiste el núcleo del proceso de carnavalización literaria, dando origen al género de la literatura carnavalizada.
Así pues, “llamaremos literatura carnavalizada a aquella que haya experimentado, directa o indirectamente, a través de una serie de eslabones intermedios, la influencia de una u otra forma de folclore carnavalesco” . Si la competencia lingüística de un hablante consiste, según Chomsky , en la capacidad del mismo para utilizar su lengua, ésta se traduce en la habilidad de cifrar y decodificar mensajes en la misma, garantizando, o no, la comunicación del individuo con el resto de los que integran el ser social en que está inmerso, lo cual implica que el hablante sea capaz de conocer la realidad que lo circunda, puesto que la lengua, en tanto herramienta social comunicativa productora de discursos, permite al hablante apropiarse del mundo a través de tal, entendido como acotamiento semántico de la realidad, y, mediante el trabajo, transformarlo. De igual forma, la obra literaria de ficción demanda al hablante tanto una competencia lingüística poética, como una competencia lingüística ideológica, para poder descifrar las estructuras expresivas y sus diversos contenidos.
So pretexto de lo anterior, permítame el lector el siguiente párrafo, signo de los tiempos en que los encargados de la educación pública mexicana la han dotado de una nueva personalidad social a favor de los intereses del gran capital al que sirven; ahora, se pretende a la educación ya no como un medio al servicio del máximo desarrollo posible de todas las capacidades humanas, según guarda la misma constitución burguesa, sino que, por el contrario, uno que anhela reducirlas al mínimo necesario con tal de aumentar las ganancias producidas ¡únicamente mediante el trabajo del explotado!, a costa de aumentar su docilidad, situación que se refleja en programas de estudio que abandonan, ya no digamos el cultivo, sino la más simple transmisión de nociones básicas de las diversas disciplinas humanísticas, artísticas y científico sociales que, aunque de modo incipiente, se impartían; claro, salvo aquellos aspectos de las mismas que puedan servir a tales intereses de la clase poseedora. Esta ignominia contra los desposeídos, en lo que a la lengua y literaturas atañe, fomenta en el estudiante, no la conciencia de los elementos que integran su sistema de lengua materna, sino por el contrario, una competencia lingüística cercana a la nulidad que lo incapacita para comprender al máximo posible el mundo en que habita, así, ya no se impartirá en clases de lengua la morfo-sintaxis de la misma, al menos en primaria y secundaria. Si esto ocurre con la lengua en términos del uso cotidiano de la misma, qué esperar de las literaturas con ella producidas, que además serán amalgamadas en una sola materia que pretende abarcar el fenómeno literario y lingüístico tanto en lengua española, comprendido el primero únicamente en México, América hispana y España, como el que respecta a la llamada literatura universal. Todo esto, sin las herramientas y conocimientos necesarios, puesto que la mayoría emanan del resto de ciencias sociales, humanidades y artes, que fungen como auxiliares, además de las ciencias naturales, en el cultivo de la lengua y sus literaturas que proveerían al alumno de cierta competencia lingüística poética e ideológica .
Tomando en cuenta lo anterior, hemos de adentrarnos en el análisis e interpretación del cuento de Mario Benedetti (1920-2009), La Muerte, el cual, desde el punto de vista genérico está inmerso en una tradición que sintetiza las manifestaciones literarias de todos los tiempos en su tema más tratado después, tal vez, del amor. Por ende, más que trazar una línea genérica precisa que podría remontarse, por no indagar tan atrás como el paleolítico medio , tiempo del que data el sepulcro más antiguo que conocemos, a la llamada Epopeya de Gilgamesh o de la angustia de la muerte escrita en cuneiforme acadio de la Antigüedad sumeria, enfocaremos nuestra atención en un aspecto carnavalesco del cuento; la cuestión del umbral.
Se ha dicho que el carnaval es una visión del mundo expresada mediante lenguajes simbólicos transmitidos, construidos y renovados históricamente, por tanto, no sólo cuando el carnaval se apodera de las ciudades rompiendo la vida cotidiana de tal manera que todos los habitantes se vuelven partícipes del mismo, transfigurados en actores que pueblan un universo ficticio representado en las mismas, sino en la vida cotidiana que entra en contradicción con el discurso del carnaval, opuesto al del poder que la sustenta. Ésta contradicción convierte al carnaval en un espacio de resistencia cultural, que no de transformación, a la cultura impuesta y practicada por la clase dominante, pues en él se vive acorde a la inversión de los valores del grupo en el poder, quien a su vez, permite tales manifestaciones para que funjan como válvulas de escape a la presión social que podría ejercer la clase dominada por la agudeza de la contradicción resentida en la vida cotidiana; de ahí que la magnitud del carnaval sea directamente proporcional a la magnitud de la opresión.

El carnaval representa la gran cosmovisión universal del pueblo durante los milenios del pasado. Es una percepción del mundo que libera del miedo, que acerca el mundo al hombre, al hombre a otro hombre (todo se concentra en la zona de libre contacto familiar); es una percepción del mundo basada en la alegría del cambio y su jocosa relatividad que se opone a la seriedad unilateral y ceñuda generada por el miedo –seriedad dogmática, hostil a la generación y cambio, que pretende petrificar una sola parte de la vida del desarrollo de la vida y la sociedad-. La percepción carnavalesca del mundo solía liberar precisamente de esta clase de seriedad. Sin embargo, en ella no existe la negación total, así como tampoco la frivolidad o el trivial individualismo bohemio […] Todo exige cambio y renovación. Todo se presenta en el momento de la transición no concluida.

En efecto, la visión del mundo carnavalesca tiene por sustrato la que era propia, y aún sigue siendo en muchos aspectos, del campesino perteneciente a la antigua humanidad que comenzaba a urdir la civilización y su historia, situación económica que le arraigó por completo a la tierra en que se asentó, de la cual ahora dependía por completo, de tal suerte que si esta se volvía infértil o alguna catástrofe le azotaba, la comunidad entera peligraba de muerte; así, su concepto de la divinidad y las prácticas religiosas que conlleva, adquirió el nuevo ropaje que serviría al hombre para controlar la naturaleza mediante la magia, cuyo desenvolvimiento se manifiesta, bien en nuestra ciencia actual aunque con sustanciales modificaciones en cuanto a su uso y la orientación de su desarrollo, o bien en el monoteísmo, otro resultado de la evolución dialéctica de los elementos contradictorios arraigados en la religión primitiva, cuyos valores fundamentales son los que aún persisten en diversos discursos culturales que como tales, significan la existencia y guían el tránsito por la vida de los individuos que los practican.
Tales valores, son producto del proceso humano de observar a la naturaleza en función de que el hombre pueda cada vez más mejorar en su beneficio la interacción que guarda con ella; así, fueron abstraídos los ciclos climáticos, astronómicos y reproductivos, por ejemplo, para luego ser generalizados y dotados de personalidad divina, resultando una sistemática y coherente visión del mundo que asumía, por analogía, al tiempo como cíclico, a la sexualidad como digna y a las prácticas eróticas como sagradas en un mundo donde la eternidad se manifiesta en la repetición cíclica de la misma vida, tal cual las flores blancas de primavera que se renuevan en conjunto, mas en cada estación jamás son las mismas. Así pues, el valor central del sistema es el constante cambio, el movimiento que implica vida, muerte y renovación. Y que mejor lenguaje de expresión estética que soporte toda esta visión que aquel capaz de denotar tales ciclos; es decir, signos articulados entre sí que refieran a los umbrales de la vida: niñez y vejez, nacimiento y muerte; análogamente, las representaciones de todo fluido corporal y acto vital que denote transición de un estado a otro, tal cual es la embriaguez, la comilona, la pornografía y la risa. Rasgos todos ellos que otorgan coherencia a la estética carnavalesca, es decir, a la estética de lo grotesco, cuya manifestación radica en la ruptura de todas las formas susceptibles de referir permanencia, solemnidad, estatismo, unicidad; todos ellos, valores opuestos a la visión carnavalesca de la vida.
Con el paso del tiempo, y en especial al convertirse el cristianismo en la religión oficial y adquirir la importancia de pilar ideológico fundamental para preservar el poder dentro del ser social, el grupo dominante combatió por todos los medios a su alcance la visión carnavalesca del mundo, usándola a su conveniencia cuando no podía exterminarla; pugna que ocasionó modificaciones sustanciales en el Carnaval practicado como forma de vida. Ahora contrastaba con imágenes para nada grotescas, estáticas y alejadas de los umbrales que denotaban un nuevo concepto de eternidad: la permanencia inmutable, como el alma judeocristiana o sus dioses tan ausentes, sobrios, abstractos, asexuados, en resumen, antihumanos en tanto representaciones desequilibradas de todo lo que el mundo y el hombre no son, siendo los mismos, promotores no de una vida mejor, sino de algo mejor que la vida a costa de la miseria en vida. Así, infectadas las mentes de los dominados con tales aberraciones, andan por el mundo sin pertenecerse a sí mismos puesto que este concepto divino, por no generalizar llanamente, supone que el hombre es su creación, negando así su realidad histórica y, por tanto, su humanidad, el sustento ontológico por lo que devino en hombre, el trabajo.
Aun en la Edad Media y el Renacimiento, la duración del Carnaval oscila alrededor de tres meses; tiempo en que toda jerarquía y distanciamiento entre las personas se suprime, imponiendo así, una forma de vida regida por sus propias leyes de igualdad donde se elimina todo lo determinado por la jerarquía social emanada de las relaciones de propiedad, fomentando el contacto libre y familiar entre la gente. El espacio físico que comprende el lugar donde se celebra el espectáculo del carnaval se convierte en un escenario teatral cuyos actores -todos los miembros de la sociedad- son al mismo tiempo espectadores.
El carnaval es pues, le monde a` l`envers, que como tal, encierra una visión subjetiva de la existencia que versa sobre la existencia objetiva, manifiesta en la transgresión del orden que implica, por ciertos momentos, la manifestación de la entropía del universo, su movimiento perpetuo y condición histórica. La visión del carnaval es relativizante; “todo aquello que externamente es estable formado y acabado” sucumbe abruptamente, tal cual la fortuna golpea en la cotidianidad, puesto que la relatividad carnavalesca celebra el cambio constante y no el objeto de cambio, proclamando la alegre indeterminación de todo, lo cual se manifiesta en la ambivalencia característica de toda expresión carnavalesca; por ejemplo, la unión de los opuestos: la barrera entre la muerte y la vida se rompe, porque la vida está preñada de muerte desde que inicia y viceversa, siendo ambas fuerzas renovadoras del orden natural y social.
En nuestro cuento, desde la primer frase sabemos que el personaje tendrá un conflicto de orden carnavalesco, pues las palabras: “Conviene que te prepares para lo peor” nos sitúan junto con él en un espacio de ficción que representa el dicho umbral de la vida. Además, el adjetivo peor y la posterior ignorancia y terror a la muerte que sufre el personaje denota que el ser social en el que está inmerso no ofrece amparo alguno a estas situaciones, pues el personaje, como el hombre occidental moderno, ha sido educado para ignorar la muerte. Baste con observar que los funerales ya no se celebran en casa y de ellos no se habla, que los cadáveres en los hospitales son extraídos sigilosamente, en comparación con los ritos mortuorios del siglo XIX en que, por ejemplo, se acostumbraban los retratos de los cadáveres en la sala para perpetuar su memoria.
Por lo demás, nuestro personaje es imagen que reúne a los opuestos, un joven preñado de muerte; aunque al no ser la clásica anciana que mencionamos, atenta directamente contra el valor fundamental del capitalismo después de la propiedad, la juventud. En el capitalismo, el joven es valuado de tal manera, porque, en oposición al viejo, aún posee valor de cambio: fuerza de trabajo. Este sistema, al igual que el religioso antes mencionado, también enajena al hombre, en tanto privatiza el sustento ontológico del hombre, su trabajo. Esto es posible, porque las relaciones de propiedad configuran a la sociedad de tal modo que unos cuantos son propietarios de la riqueza producida mediante el trabajo del resto. Los que se apropiaron de los medios de producción, obligan a la masa desposeída a cambiar su fuerza de trabajo por un salario suficiente tan solo para mantenerse viva y trabajando, si es que éstos abren empleos, puesto que el desempleo también favorece la explotación.
La explotación del hombre por el hombre es producto de la enajenación de los medios de producción que obliga al desposeído de los mismos a servir al poseedor, de tal manera que jamás el que trabaja pueda ser dueño de su trabajo, impidiendo que a través del mismo desarrolle sus capacidades humanas, tal cual lo hicieron los homínidos que decantaron en hombres, privándolo así, del sustento ontológico humano, el trabajo. O ¿acaso algún trabajador reducido a ser apéndice de una máquina podrá reconocerse en lo que la máquina produce?, o, ¿qué trabajador podrá desarrollarse a través del trabajo de enseñar o aprender sin libertad de cátedra, limitándose a seguir ordenes uno, y a sólo memorizar el otro? Muestra de esta situación es nuestro personaje, cuyo ser social, al igual que el nuestro, lo ha condenado auna vida rutinaria en la que no puede ingerir, salvo el voto, si es que alguna dictadura no lo impide, en cualquier aspecto central de la sociedad. Sólo tiene injerencia, si es que tiempo libre le sobra, en la esfera privada de su vida, la pública también le ha sido arrebatada.

Sin ellos, bha, sin nadie, sin nada. -se lamenta el personaje antes de recibir el diagnostico final-. Sin los hijos, sin la mujer, sin la amante. Pero también sin el sol, este sol; sin esas nubes flacas, esmirriadas, a tono con el país; sin ecos pobres, avergonzados, legítimos restos de la Pasiva; sin la rutina (bendita, querida, dulce, afrodisiaca, abrigada, perfecta rutina) de la Caja No. 3 y sus arqueos y sus largamente buscadas pero siempre halladas diferencias.

A propósito del tiempo, el del carnaval no es histórico, sino onírico y fantástico, pues aniquila purificando. Los bruscos cambios de fortuna son otro elemento concreto a simulación del símbolo primitivo del fuego que también, como ciertas prácticas agrícolas indican, aniquila renovando; la unión de lo profano con lo sagrado. El comportamiento, el gesto y la palabra del hombre se liberan de toda situación jerárquica que los suele determinar totalmente en la vida cotidiana. Todo lo desunido y opuesto por la visión jerárquica de la vida entra en contacto, une, acerca y compromete. Pretende aniquilar renovando. Y que mayor igualdad que la de la muerte. Nuestro personaje, antes de morir, accede al mundo de los sueños.

Desde que salió del ascensor y vio nuevamente la calle, se enfrentó a un estado de ánimo que le pareció una revelación. Erra de noche, claro, pero ¿por qué las luces quedaban tan lejos?, ¿por qué no entendía ni quería entender, la leyenda movil del letrero luminoso que estaba frente a él? La calle era un gran canal, si, pero ¿por qué esas figuras, que pasaban a medio metro de su mano, eran sin embargo imágenes desprendidas, como percibidas en un film que tuviera color pero que en cambio se beneficiara (porque en realidad era una mejora) con una banda sonora sin ajuste, en la que cada ruido llegaba a él como a través de infinitos intermediarios, hasta dejar en sus oídos solo un amortiguado eco de otros ecos amortiguados? La calle era un canal cada vez más ancho, de acuerdo, pero ¿por qué las casas de enfrente se empequeñecían hasta abandonarlo, hasta dejarlo enclaustrado en su estupefacción?

Así pues, este cuento de Benedetti se inscribe en el género de la literatura carnavalizada, cuyo signo fundamental es el umbral, por lo general, entre la vida y la muerte, mas todo aquel que indique relatividad, moviento perpetuo y transfiguración eterna le es propio, en tanto cante así a la vida misma, no a una manifestación particular de ella, por ser tal, el equivalente a todo lo contrario; es decir, el culto a la permanencia de algo destinado, por naturaleza, a transfigurarse por integrar el vaivén eterno de la unidad a la multiplicidad, sin que por ello la unidad se pierda. Si la materia se conserva y ésta es energía y aquella materia, tal cual mi cuerpo sin alma, no encontraría el sufrimiento en la oposición a la muerte por ser esto imposible. Tal vez la actitud del hombre moderno ante la muerte sea producto de su sufrir, sufrir por no haber podido vencer a la muerte misma que prefiere ignorar, aunque mientras más la ignore, ésta sea más lacerante y aquel menos amparado.
De esta manera, el carnaval canta a lo que es, y lo que es es movimiento. Sabe que cuando lo que es en perpetua transformación se configura como unidad idéntica a sí misma, no se pierde, sólo se transforma en múltiple, por lo que esto múltiple, no es que esté hacho a partir de lo uno, sino que es lo uno en sí, configurado de otra manera. Por lo demás, las enajenaciones que sufrimos vendrán abajo de nuevo, solo con nuestro trabajo, el renacimiento no nace, se hace y así, llegará el día en que el hombre libre y hermanado camine por las calles del mundo, antes, lo seguirá haciendo por las de los mundos de ficción, como un sueño, que más que sueño, una premonición.

[FIN]